LA MUERTE CONCELEBRADA
Herat (Afganistán)
Los ciudadanos de Afganistán, el país que amamantó de ideología radical a Osama Bin Laden durante los años de lucha contra los soviéticos, celebran más que lloran la muerte del terrorista más buscado del mundo.
Muchos lo bautizan como “enemigo del Islam”, otros, sorprendidos por su tren de vida, lo consideran un corrupto que vivía como un millonario, algunos lo llaman “perro”, un insulto muy grave en el mundo musulmán. Pocos muestran conmiseración.
Al menos estos son los sentimientos de los ciudadanos de Herat, mayoritariamente habitada por tayikos y hazaras, víctimas del rigorismo islámico que impusieron los talibanes en Afganistán cuando la ocuparon militarmente en 1996.
Seguramente en las zonas pastunes del sur, donde se encuentran los bastiones talibanes, haya un número mayor de ciudadanos enrarecidos por la noticia. Aunque los afganos, en general, están muy cansados de que su país sea utilizado como pieza del tablero estratégico por países vecinos y fuerzas extranjeras.
“Era tan claro como el día que Bin Laden estaba en Pakistán protegido por sus servicios secretos”, dice Nesar Ahmad, de 47 años, que ya olvidó cómo era su país sin guerra tras tres décadas de desastres bélicos. “Hasta un niño de teta sabía que era un marioneta de Pakistán. Ojalá que su muerte sirva para que nuestro vecino saque las manos de nuestro país y nos permita alcanzar la paz”, dice el policía Sheif Qahar, de 28 años.
Pakistán concita todos los odios afganos y siempre sirve de tapete para esconder las miserias de los líderes afganos. Por Pakistán entraron las armas que destruyeron Afganistán, pero los asesinos siempre fueron afganos amparados en el terror y la impunidad.
Muchos ciudadanos se preguntan qué ocurrirá en Afganistán después de la muerte de Bin Laden. ¿Se retirarán los estadounidenses felices por haber cumplido el principal objetivo de la invasión de octubre de 2001? ¿Se producirán atentados suicidas generalizados? ¿Habrá guerra con los talibanes durante décadas?
“Hay decenas de Bin Laden dispuestos a ocupar su puesto”, comenta Kola Faroq, un vendedor de música local. “Han matado a la fiera y sus cachorros se han quedado huérfanos. Es una buena noticia, pero me temo que su muerte precipite la retirada de las fuerzas extranjeras, un grave error que provocaría nuevos enfrentamientos entre afganos”, reflexiona Abdul Kafor.
El afgano medio se ha vuelto desconfiado y le cuesta predecir si la muerte del terrorista saudí mejorará su vida cotidiana. La guerra, la muerte y la desolación son su siembra cotidiana desde la noche de fin de año de 1979 cuando los carros de combate soviéticos invadieron el país.
Aplaudió la salida de los rusos una década después en febrero de1989 y tuvo que convivir con el salvajismo de las milicias islámicas que desangraron el país. Aplaudió el triunfo taliban en septiembre 1996 y tuvo que sobrevivir a la violencia de sus códigos radicales. Aplaudió la invasión estadounidense en 2001 y tuvo que contentarse con una democracia ficticia que protege a conocidos criminales de guerra.
¿Qué hace ahora? ¿Se añade a la ola mundial que aplaude la ejecución extrajudicial? ¿Concelebra en silencio o se muestra indiferente? Shir Ahmed lo resume a su manera: “No sé qué pensar porque ni siquiera sé si Bin Laden existía o era un personaje de ficción creado para engañar una vez más a los afganos”.
Los ciudadanos de Afganistán, el país que amamantó de ideología radical a Osama Bin Laden durante los años de lucha contra los soviéticos, celebran más que lloran la muerte del terrorista más buscado del mundo.
Muchos lo bautizan como “enemigo del Islam”, otros, sorprendidos por su tren de vida, lo consideran un corrupto que vivía como un millonario, algunos lo llaman “perro”, un insulto muy grave en el mundo musulmán. Pocos muestran conmiseración.
Al menos estos son los sentimientos de los ciudadanos de Herat, mayoritariamente habitada por tayikos y hazaras, víctimas del rigorismo islámico que impusieron los talibanes en Afganistán cuando la ocuparon militarmente en 1996.
Seguramente en las zonas pastunes del sur, donde se encuentran los bastiones talibanes, haya un número mayor de ciudadanos enrarecidos por la noticia. Aunque los afganos, en general, están muy cansados de que su país sea utilizado como pieza del tablero estratégico por países vecinos y fuerzas extranjeras.
“Era tan claro como el día que Bin Laden estaba en Pakistán protegido por sus servicios secretos”, dice Nesar Ahmad, de 47 años, que ya olvidó cómo era su país sin guerra tras tres décadas de desastres bélicos. “Hasta un niño de teta sabía que era un marioneta de Pakistán. Ojalá que su muerte sirva para que nuestro vecino saque las manos de nuestro país y nos permita alcanzar la paz”, dice el policía Sheif Qahar, de 28 años.
Pakistán concita todos los odios afganos y siempre sirve de tapete para esconder las miserias de los líderes afganos. Por Pakistán entraron las armas que destruyeron Afganistán, pero los asesinos siempre fueron afganos amparados en el terror y la impunidad.
Muchos ciudadanos se preguntan qué ocurrirá en Afganistán después de la muerte de Bin Laden. ¿Se retirarán los estadounidenses felices por haber cumplido el principal objetivo de la invasión de octubre de 2001? ¿Se producirán atentados suicidas generalizados? ¿Habrá guerra con los talibanes durante décadas?
“Hay decenas de Bin Laden dispuestos a ocupar su puesto”, comenta Kola Faroq, un vendedor de música local. “Han matado a la fiera y sus cachorros se han quedado huérfanos. Es una buena noticia, pero me temo que su muerte precipite la retirada de las fuerzas extranjeras, un grave error que provocaría nuevos enfrentamientos entre afganos”, reflexiona Abdul Kafor.
El afgano medio se ha vuelto desconfiado y le cuesta predecir si la muerte del terrorista saudí mejorará su vida cotidiana. La guerra, la muerte y la desolación son su siembra cotidiana desde la noche de fin de año de 1979 cuando los carros de combate soviéticos invadieron el país.
Aplaudió la salida de los rusos una década después en febrero de1989 y tuvo que convivir con el salvajismo de las milicias islámicas que desangraron el país. Aplaudió el triunfo taliban en septiembre 1996 y tuvo que sobrevivir a la violencia de sus códigos radicales. Aplaudió la invasión estadounidense en 2001 y tuvo que contentarse con una democracia ficticia que protege a conocidos criminales de guerra.
¿Qué hace ahora? ¿Se añade a la ola mundial que aplaude la ejecución extrajudicial? ¿Concelebra en silencio o se muestra indiferente? Shir Ahmed lo resume a su manera: “No sé qué pensar porque ni siquiera sé si Bin Laden existía o era un personaje de ficción creado para engañar una vez más a los afganos”.
Me uno a tí!
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