09 diciembre 2012

El anciano del cazamariposas




Después de comer, la siesta era obligatoria en aquel verano de fuego. Sin sueño y a oscuras, aquel el rato era muy aburrido. Pero se estropeó la persiana y quedó despejado el agujero de la cuerda verde en el marco de la ventana. Desde ese momento en el techo del cuarto oscuro se proyectaba la imagen de la calle. Pasó el tío Perico con su burro camino del huerto y vimos su figura inversa en la pantalla encalada moviéndose lentamente al ritmo cansino que marcaba el choque de las herraduras sobre el empedrado. Esperando nuevos protagonistas quedábamos finalmente dormidos panza arriba.
La misma programación se repetía día tras día del ardiente verano de aquel pueblo en el que nada pasaba salvo la monótona marcha del burro del tío Perico.
Un día, dormitando, nos despertó el ruido de un trote y ruedas. En la pantalla encalada vimos un anciano vestido de blanco sobre una calesa tirada por un caballo. El anciano, muy elegante, se protegía a pleno sol de la lluvia inexistente con un paraguas blanco y, para colmo, llevaba apoyado en el hombro un enorme cazamariposas.
-¿Quién es ese señor, tía Margarita?
- Es el amo.
-Ah! Contesté sin entender nada.
Mi madre me explicó que el anciano era el conde, propietario de la mayor parte del olivar, de la huerta, de las viñas, de los ganados y de prácticamente todo el monte de aquel pueblo olvidado. Seguía sin entender nada de por qué era el amo.
El venerable anciano vivía en Madrid y cuando venía en verano le gustaba recorrer sus propiedades a caballo. Para proteger su piel blanca utilizaba un parasol blanco.
Resuelto el misterio del paraguas blanco, seguía sin entender la razón del cazamariposas.
Años más tarde, consultando documentación para mi tesis doctoral, descubrí que el elegante anciano del cazamariposas era un reconocido entomólogo y el Presidente de la Sociedad Española de Ciencias Naturales, nada más y nada menos .
Sigo comprender por qué él era el amo de tantos pobres y qué hacía tan gran sabio con tantos ignorantes.

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