En aquella ciudad que sesteaba a la orilla del Ebro se instaló en 1943 la sede y centro de producción de una empresa que fabricaba bombas y lanzadores de cohetes con los que se equipaban las fuerza
s armadas de países de todo el mundo. Uno de sus productos, tristemente célebre, eran las bombas de racimo.
Pero resultó que en el año 2009 aquel país firmó un convenio internacional en Dublín contra esas bombas, y desde ese momento dejó de comprarlas. Entonces el comerciante de las bombas racimo denunció al gobierno por dejar de comprar esas armas. Más tarde hubo un cambio de gobierno y el comerciante, transmutado en ministro, pagó a su antigua empresa la indemnización correspondiente, 40 millones de euros.
Y aquella ciudad se avergonzó e, impotente, lloró.
Pero resultó que en el año 2009 aquel país firmó un convenio internacional en Dublín contra esas bombas, y desde ese momento dejó de comprarlas. Entonces el comerciante de las bombas racimo denunció al gobierno por dejar de comprar esas armas. Más tarde hubo un cambio de gobierno y el comerciante, transmutado en ministro, pagó a su antigua empresa la indemnización correspondiente, 40 millones de euros.
Y aquella ciudad se avergonzó e, impotente, lloró.
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