El paisaje es la información que percibimos, comprendemos y sentimos del conjunto de elementos naturales y culturales de un lugar determinado. Es importante saber mirar, escuchar, tocar y gustar para poder comprender y disfrutar del paisaje.
Yo nací y crecí a los pies del Moncayo, 2.315 m. Subí muchas veces a su cumbre midiendo mis fuerzas con sus fuertes pendientes, compitiendo con mis compañeros de excursión, oliendo los pinos silvestres, gustando sus chordones, bebiendo sus aguas heladas y sintiéndome grande cuando coronaba sus cimas.
También lo dibujé, pinté y fotografié tratando de registrar sus luces, sus colores azules y rosas, sus encendidos atardeceres, sus cumbre canas seis meses al año, sus brumas peinadas por los pinos negros…
Pasados los años, siendo estudiante de Geografía en la Universidad, volví al Moncayo con mis amigos de infancia. Remontada la Peña del Cucharón, donde el bosque se aclara, comencé a exclamar emocionado: ¡un circo!, ¡un circo!... Mis amigos no comprendían aquella súbita excitación ante la contemplación de un paisaje que había visto mil veces. Tuve que explicar que acababa de descubrir un antiguo circo glaciar, que el llamado Pozo de San Miguel u Hoya del Cucharón era el resultado de la excavación de los hielos glaciares hace miles de años. La satisfacción de aquel hallazgo fue intensa, a la dimensión sensitiva que tantas emociones había desatado en mí, se unió el placer del descubrimiento.
Ahora busco su horizonte al atardecer desde mi despacho. Lo contemplo atentamente, proyecto mi memoria sobre la pantalla azul y rosa y surge el sentimiento profundo de pertenencia. El Moncayo que me reveló su misterio, me emociona, atrapa y se convierte en paisaje vivo fundido en mi pálpito.
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