Recuerdo mi viaje a Haití pocos días antes del derrocamiento de Aristide. Haití es un desierto fruto de la explotación colonial. Las laderas desnudas de vegetación sufren la erosión. Están peladas, de allí ya no sale más que sedimentos y miseria. El paisaje descarnado denuncia el horror de siglos de explotación sin escrúpulos. Mi viaje fue un encuentro directo con la miseria y la corrupción. Al atardecer centenares de niñas salían descalzas y con bidones de plástico de las barriadas de chabolas a buscar el agua en algunos grifos junto a la carretera. A la mañana siguiente, las mismas niñas con coletas tensadas con lazos de algodón blanco y zapatos brillantes se dirigian impecables al colegio donde harían la única comida del día gracias a algunas ONGs que administraban la ayuda internacional. Sus ojos brillantes e inmensos eran un canto a la vida y un insulto y un desafío a los responsables de tanta desgracia. Lloro de rabia y de impotencia.
13 enero 2010
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:O que profundoo...
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